MENÚ

Fotografías: Vanesa en diferentes momentos con la Cofradía: durante una de sus últimas participaciones en las salidas procesionales de Semana Santa en la Sección de Instrumentos; junto a su madre, Ascensión, en la fiesta de María Santísima de la Amargura del año 2010; y en el Rosario de Cristal con el banderín que en tantas ocasiones portó en las exaltaciones de instrumentos (David Beneded).
En esta ocasión, recuperamos del baúl cofrade un artículo firmado en el año 2003 por el que fuera Hermano Teniente de Hermano Mayor de la Cofradía y fundador, José A. Beguería, y que fue preparado para su publicación en un libro sobre la Semana Santa de Zaragoza del conocido cofrade Juan de Padura pero que no llegó finalmente a ver la luz por el fallecimiento de éste. Bajo el título "Primera Estación: Jesús condenado a morir, Jesús de la Humillación", el autor ponía de manifiesto sus experiencias y muchos de los pensamientos que le venían a la cabeza cuando salía en nuestras procesiones, reflejando los contrastes que observaba bajo su capirote entre las diferentes personas que participaban en las mismas.

Unos segundos han bastado para trocar el templo barroco en almacén de faroles, tambores y otros objetos procesionales. Los pebeteros, en un discreto rincón, comienzan a propagar aromas humeantes de incienso. El Paso circula, maniobrando adelante y atrás, entre filas de bancos que hay que desplazar, maderas que crujen quejosas, de un lado a otro con rápida precisión. Son los cambios, un tanto bruscos pero necesarios, que marcan el tránsito de la religiosidad interna a la externa. La solemnidad de la Imposición de Medallas a los nuevos hermanos ha dado paso a la voz de barítono que, desde las inmediaciones de un alto Cetro dorado, invita, por no decir conmina, a abandonar el lugar a acompañantes y curiosos. Las siete menos cinco.

Y allí está el abajo firmante, sin nada concreto que hacer, sin utilidad práctica en la ordenación del aparente caos que le rodea. Revuelo de hábitos blanquinegros a todo color. Ex organizador, ex Cetro, ex tambor, ex todo, sintiéndose un poco “extorbo”, aferrando con mano mitad insegura, mitad incómoda el soporte de la vela que se dispone a inaugurar diez años después de su adquisición. Tambores, bombos y timbales se van alineando en la nave derecha. Llega Vanesa con su timbal y se coloca en la fila. Uno lamenta en ese momento no haber bajado a ensayar ni un solo día y, aunque intenta pensar en otras cosas, el ruido que en vano tratan de no hacer al ajustar bandoleras y galas, atrae una y otra vez la atención sobre el grupo de instrumentos.

Para no verlos, y menos a quien ha “usurpado” impunemente “mí” sitio, trato de encender la vela. No es fácil accionar un mechero casi vacío con guantes de piel, al menos no sin quemarlos. Finalizada mi difícil y, presumiblemente, única tarea procesional, me resigno a fijar nuevamente la mirada en los tambores, no sin antes apartarme para dejar pasar al Estandarte que avanza, imponente, hacia las puertas aún cerradas. Todo a mi alrededor es movimiento, menos Vanesa que, quieta en su lugar, no necesita ajustar nada porque ya ha ajustado todo al milímetro. Todos los años me fijo en Vanesa antes de salir, tantos como años tiene la Cofradía, una costumbre nacida a caballo de la curiosidad y la admiración. Otro cetro, esta vez soprano, sugiere que deje de mirar embobado a la Sección y me vaya con las restantes velas.

No es culpa mía si, desde mi nueva ubicación, todavía se ve mejor a “los del parche” y sigo mirando. Poco a poco, cada hermano va alcanzando su lugar y la quietud de Vanesa, que era la excepción, empieza a convertirse en la regla general. Vanesa es una de esas personas a las que la salud se la tiene jurada desde siempre, y no por tonterías, en su caso se juega fuerte y cuando no es una cosa, es otra. Vanesa, huelga decirlo, lo pasa fatal pero como es de las que no se vienen abajo, supera los obstáculos y sigue adelante como si nada. Da igual cómo se encuentre, ¿que hay Capítulo?, pues al Capítulo, ¿que hay un ensayo?, a ensayar, ¿faltar a una procesión?, impensable. Se abren las puertas y, al fondo, en la calle, una multitud aguarda la salida de la procesión, esperando muchas cosas distintas, entre ellas aunque tal vez no sea el deseo mayoritario, una expresión de fe.

Las siete en punto. Si buscan testimonios, es una lástima porque tal vez nadie perciba el de Vanesa, las cofradías dan testimonios colectivos en los que la individualidad se diluye a favor del grupo. Es una de esas situaciones en las que, aunque suene a tópico, la procesión va por dentro, y en esa procesión interna hay “Via Crvcis” paralelos tan particulares como los de Vanesa. En el de su interior no hay más predicación que la voluntad inquebrantable de soportar el recorrido procesional de principio a fin pese a todos los obstáculos que salen al paso de su oración. Un ahogo, un ligero mareo, un mareo no tan ligero, una nube en los ojos, un frío nacido, repentino y violento, de los huesos, una mezcla de todo, cualquier cosa. En ocasiones abandona la comitiva, se queda parada junto a la acera y algún familiar se le acerca para ofrecerle agua, hablarle, reconfortarla, sugerirle que por hoy ya está bien..., y ella apenas se digna escuchar, se repone como buenamente puede, echa a caminar y alcanza de nuevo su fila.

El majestuoso Estandarte y el perfume de incienso que, por contraste de temperaturas, expele el almacén que recupera su condición de templo es recibido en la plaza con silenciosa expectación por unos, recogimiento por otros y una docena de incomprensibles “flashes” a plena luz del día. Ordenadas filas de tambores y bombos le siguen, después los timbales y Vanesa con ellos. La Cofradía va desgranando su oración blanquinegra sobre los grises adoquines en la primavera incipiente, que apenas osa verdear, y la maza de Vanesa sube y estrella su aldabonazo de fe contra el parche una y otra vez. Los más jóvenes preceden a la Cruz de los hermanos que se han ido, tras ella las velas, todos acompañan a la imagen de Quien vio lavarse las manos a un juez que no reconoció la Verdad pese a tenerla delante. Y están ya en el exterior, también la Presidencia, las representaciones y los hermanos sin hábito, en un reiterado y atronador intento de mostrar esa Verdad que algunos prefieren considerar como un mero espectáculo redoblante. Se hace el silencio, nos volvemos hacia el Paso, yo con mi vela, Vanesa con su timbal, su Via Crvcis personal y su voluntad de orar con todos y para todos...

Primera Estación: Jesús condenado a morir, Jesús de la Humillación.
 
© José Antonio Beguería Latorre, 2003.
Fotografías principal: imagen fundacional de "Jesús de la Humillación"; fotografías secundarias: diferentes momentos en la vida de nuestra Cofradía de Vanesa, hermana numeraria fundadora y una de las protagonistas del artículo que fallecería el 12 de julio de 2011 (fotografías de David Beneded).