EXPOSICIÓN DE LA UNIDAD 4: CAPÍTULO 2

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Como hemos visto, desde la antigüedad el símbolo es expresión de pensamientos complejos, de conceptos sutiles, constituyéndose en el núcleo de los códigos religiosos. Y es que, a lo largo de los tiempos cada religión establece su propio y completo código audiovisual con símbolos que transmiten mensajes sin palabras, que expresan materialmente una realidad más espiritual.

Dios habla al hombre a través de la creación visible. El cosmos material se presenta a la inteligencia del hombre para que vea en él las huellas de su Creador. La luz y la noche, el viento y el fuego, el agua y la tierra, el árbol y los frutos hablan de Dios, simbolizan a la vez su grandeza y su proximidad.

Y los propios signos y símbolos de la vida social de los hombres como lavar y ungir, partir el pan y compartir la copa, pueden expresar la presencia santificante de Dios y la gratitud del hombre hacia su Creador.

Asímismo, los cristianos, que recogemos la tradición judía y la cultura del Mediterráneo, nos alimentamos desde el principio de todo un conjunto de símbolos que se ha enriquecido con el paso de los siglos.

El Pez

Uno de los primeros signos de identificación de la nueva fe, antes incluso que el signo de la cruz, es un PEZ. Su origen se encuentra en las iniciales secretas de todo un credo en miniatura: la frase “Jesús, Hijo de Dios Salvador” que en griego se escribe Yesous (“Jesús”), Khristos (“Cristo”), Teou (“de Dios”), Yios (“Hijo”) y Soter (“Salvador”). Curiosamente, estas iniciales juntas conforman la palabra griega ykhtys, que se traduce como pez siendo ésta la figura que dibujaban los primeros cristianos en Roma, para identificarse como tales ante otros cristianos.

A partir del siglo IV, bajo el mandato del emperador Constantino I, se establecerían los dos símbolos más conocidos y que han perdurado en el tiempo.

La Cruz

La CRUZ, era el instrumento de suplicio usado por el poder de Roma para ejecutar la pena capital al tiempo que servía de escarmiento a la población y vergüenza para el propio reo. Pero la muerte de Jesús en ella, haría que se transformara en la señal de los cristianos, símbolo de obediencia al Padre, de reconciliación de la victoria del amor que es más fuerte que la muerte.

La Cruz resume el camino que escogió Jesús para salvarnos y que expresa el camino de la felicidad y de la vida: amarás a Dios con todo el corazón (que se refiere al palo vertical de la cruz) y amaos unos a otros como yo os he amado (se refiere al palo horizontal de la cruz).

El Crismón

También en la misma época, aparecería el CRISMÓN que se reproduciría en estandartes e insignias de los ejércitos del Imperio Romano. El crismón es un cristograma, es decir, una combinación de letras que forma una abreviación del nombre de Jesucristo siendo un compendio de lenguaje visual y de anagrama, un resumen de Jesucristo y del mensaje del cristianismo que, en este caso, se forma a partir de las primeras letras del nombre de Cristo en griego: la ji (“X”) y la ro (“P”).

Fue profusamente utilizado como elemento principal de los tímpanos de las iglesias, apareciendo no pocos ejemplos en nuestra ciudad, como en el tímpano románico del antiguo templo de Santa María la Mayor (ahora colocado en la fachada de la Basílica del Pilar) así como en iglesias como San Juan de los Panetes o San Felipe, éste (por si no os habéis fijado) reproducido en la greca de nuestro paso titular. E, incluso, en el siglo XX ha seguido siendo elegido como símbolo identificativo de asociaciones y movimientos eclesiales como hiciera la Acción Católica y, como origen de sus antecedentes fundacionales, la Cofradía de las Siete Palabras y de San Juan Evangelista.

IHS

Tomando los conceptos anteriores, en el siglo XIV surgiría en el centro de Italia y de la mano de san Bernardino de Siena, el cristograma “IHS” procedente del latín “Iesus Hominum Salvator” (traducido como “Jesús salvador de los hombres”) que se popularizaría gracias a otros santos como Bernardo de Claraval, Vicente Ferrer y, principalmente, san Ignacio de Loyola quien lo adoptaría en el emblema de la Compañía de Jesús.

Y así podríamos continuar con el “Agnus Dei” (o cordero místico), el pelícano, la vid, el pan y otros símbolos y alegorías de Cristo; o el anagrama, el “A Cristo por María” y otros símbolos marianos. No queremos (ni podemos en un curso básico) extendernos más en un tema tan extenso y profundo, teniendo en cuenta además, que próximamente trataremos de abordarlo de una forma más amplia y concreta.

Pero si que, en definitiva, tenemos que tener claro que los símbolos cristianos no son un mero adorno ni un objeto decorativo. No son amuletos, ni fetiches a los que se le atribuya la capacidad de atraer buena suerte o poderes sobrenaturales. No sirven para la adivinación, la magia ni para otras prácticas similares que, por cierto, «están en contradicción con el honor y el respeto, mezclados de temor amoroso, que debemos solamente a Dios» (CEC, 2116). Son, ante todo, elementos que nos reintegran, que nos identifican y una puerta que nos introduce a una realidad mucho más grande de la cual participamos.


Referencias bibliográficas:

- Louis Charbonneau-Lassay: “El bestiario de Cristo. El simbolismo animal en la Antigüedad y en la Edad Media”, vol. II. Barcelona, 1977.

- Jean Chevalier y Alain Gheerbrant: “Diccionario de los símbolos”. Herder, 2009.

- Antonio García Barbeito: “La importancia de los símbolos”. En “Simbolismo de la Semana Santa de Sevilla”. Sevilla : Ediciones Alfar, 2017.


 

EXPOSICIÓN DE LA UNIDAD 4
  • Capítulo 1
    Una sociedad llena de signos y símbolos para comunicarnos
  • Capítulo 2
    Símbolos que nos remiten a Dios y nos identifican como cristianos
  • Capítulo 3
    Los símbolos cofrades, una memoria viva y espiritual
  • Capítulo 4
    Nuestros símbolos, manifestación de identidad y coherencia de vida
  • Capítulo 5
    Los atributos, símbolos al servicio de la evangelización
ACTIVIDADES DE LA UNIDAD 4