EXPOSICIÓN DE LA UNIDAD 4: CAPÍTULO 4

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Los símbolos usados por una Cofradía nos ayudan a reconocernos e identificarnos como miembros. Nos vinculan a nuestras imágenes, a nuestra historia como asociación de fieles, a nuestra particular espiritualidad y a los demás cofrades con quienes compartimos los mismos símbolos.

Pero también, nos sirven para expresar y comunicar ante la Iglesia y la sociedad nuestra identidad como hermandad ya que los demás nos percibirán, en gran medida, por lo que descubran en los símbolos que les mostramos. Y esto es más cierto que nunca hoy, en la cultura audiovisual, en la que estamos inmersos.

El escudo mismo, es verdadera seña de identidad de la Cofradía, no tratándose de un logotipo comercial, sino de una referencia sobrenatural, espiritual y llena de piedad.

El nuestro, tiene forma ovalada, sobre un fondo negro. En su centro, un aguamanil de oro que representa el lavatorio de manos de Poncio Pilatos. En su parte superior, un corazón traspasado por una espada, ambos de oro, con una gota de sangre de su color, que representa la Amargura de María. Y en su parte inferior, flanqueando y entrelazados, una palma y un palo de batán, ambos de oro, que son los símbolos martiriales de San Felipe y Santiago el Menor, respectivamente.

Y si hablamos del elemento por antonomasia que caracteriza a todo cofrade ese es, sin duda, el hábito penitencial con el que se viste para participar en las procesiones y que es escogido por cada cofradía como símbolo distintivo para identificarse y enriquecer su identidad propia y diferente.

Indiscutiblemente, el hábito posee una impronta romántica insoslayable y, con ella, una importante carga de sentimentalismo. Pero no es nuestro hábito únicamente un refugio para la emotividad sino que tiene dos valores irrenunciables como son la identidad cofrade y la coherencia de vida: revestidos de cofrades fortalecemos nuestro sentimiento de identidad; igualados en la vestidura manifestamos nuestra unidad; uniformados del mismo modo sin distinciones exponemos nuestro espíritu penitencial.

Vestir el hábito penitencial, por tanto, se envuelve de un rico ceremonial cargado de simbología y, así, cada uno de los elementos que lo componen adquieren su propio significado. De hecho, ya la propia elección de sus componentes y colores no es, ni mucho menos, accidental ya que estos hablan del origen de la cofradía, de la tradición que se recoge o de sus mismas advocaciones.

En nuestro caso, el hábito es una muestra más del legado transmitido por la Sección de Jóvenes de la Real Cofradía del Santísimo Rosario de Nuesta Señora del Pilar. Este grupo de jóvenes cofrades tenía entre sus fines principales el acompañar a la imagen de Santo Domingo de Guzmán en la procesión del “Rosario de Cristal”, ataviándose para tal fin con un hábito inspirado en el de los frailes de la Orden de Predicadores.

Resumen

El elemento más característico del hábito es la túnica, puesto que es llevada a imitación del “quiton” hebreo utilizado por Cristo que estaba tejido de una sola pieza (cf. Jn. 19, 23). Es, por tanto, una túnica talar, con largo hasta los tobillos, que continúa también el modelo de las empleadas por los miembros de algunas órdenes religiosas y eclesiásticas, adaptándose, poco a poco, a las épocas.

Ceñido a la altura de la cintura, se utiliza el cíngulo, un cordón de seda, lino o lana (en nuestro caso, de color negro) que ya usaban los judíos durante la celebración de la Pascua (cf. Éx 12, 11) siendo símbolo de castidad y de fuente de todas las gracias.

Por encima de la túnica se coloca la capa, una prenda suelta, larga y sin mangas que fue incorporada en el atuendo cofrade a partir de mediados del siglo XIX cuando una hermandad sevillana (la “Quinta Angustia”) la incluyó en su hábito, rompiendo radicalmente con la estética imperante hasta entonces de las “túnicas de cola” (como las que desde 1944 usa la zaragozana Cofradía del Silencio). Con el resurgimiento del movimiento cofrade en nuestra Semana Santa, y continuando la influencia sevillana ya iniciada en otros aspectos por las cofradías recién fundadas, fueron los miembros de la Cofradía de Jesús Camino del Calvario quienes, en el Jueves Santo de 1939, la vistieran por vez primera en sus procesiones penitenciales.

Otro de los elementos consustanciales del hábito cofrade y, posiblemente, el que le otorga mayor sentido penitencial, es el antifaz que en una prenda de cabeza (capirote o tercerol) cubre el rostro de los cofrades con la función de asegurar el anonimato de quienes participan en las procesiones aunque, a lo largo de los tiempos (especialmente en los siglos XVIII y XIX) la autoridad civil y eclesiástica prohibieron su uso en numerosas ocasiones, tal y como demuestran, en nuestra propia ciudad, las Constituciones Sinodales del Arzobispado de Zaragoza de 1697.

El origen del capirote se remonta a los actos y procesos del Tribunal de la Santa Inquisición, en donde a los penitenciados se les vestía con el “sambenito” y un cucurucho (o capirote) de tela o cartón que debían llevarlo colocado encima de la cabeza en señal de la penitencia impuesta. Por transposición de este sentido penitencial, fue adoptado, primero por los disciplinantes y, posteriormente, a partir del siglo XVII, por algunas cofradías (especialmente en Andalucía), pudiéndose ver también en él un simbolismo ascensional y celeste. En nuestra Semana Santa era utilizado esporádicamente por algunos penitentes en la procesión del “Santo Entierro” incorporándose definitivamente en el año 1937 de la mano de la Cofradía de Nuestra Señora de la Piedad.

Por su parte, la palabra tercerol, así como su mismo uso, tiene una gran relación con la Venerable Orden Tercera de San Francisco de Asís y con la Hermandad de la Sangre de Cristo. Los integrantes de la primera se les denomina “terceros” y en sus procesiones, usaban una especie de capucha con la que ocultaban su cara de la curiosidad de las gentes que les veían pasar. Por su parte, la Sangre de Cristo, adoptó la prenda y el propio término “tercerol” para todas las personas que, hasta 1935, portaban en hombros los pasos durante la procesión del “Santo Entierro”.

Además, se ha generalizado entre los miembros infantiles de las cofradías el uso del bonete, un gorro de poca altura, habitualmente de cuatro picos o redondo (también conocido como “español”), que era usado por eclesiásticos y seminaristas y, que desde 1943, fue adoptado por la Piedad para sus cofrades infantiles evitándoles, de esta manera, el sacrificio y penitencia que conllevaba el capirote.

En definitiva, ante todo, lo que hacemos al vestir el hábito es acercarnos a Jesús, intentar asemejarnos a Él, aunque eso sólo sea de un modo tan insignificante como el de vestirnos de forma parecida a como Él lo hacia. “Revestíos de Cristo”, nos dice San Pablo (Rom 18, 14). Es entonces, cuando el hábito se convierte en símbolo de nuestra vida que nos acompaña desde que nos lo imponen rememorando la vestición de la túnica bautismal hasta, incluso, nuestra muerte, recubriéndonos como mortaja. Es el distintivo de lo que somos y lo que creemos, lo que pensamos y lo que defendemos.

Y como no siempre vamos a ir físicamente con el hábito, así surge el uso de la medalla. La medalla es otro de los símbolos entrañables e identificativos para un cofrade puesto que, con ella colgada, también damos testimonio de pertenencia a la Cofradía, de ser seguidores de Cristo. Con ella participamos en los distintos actos que celebra. Y en ella, encontramos dos de las esencias de nuestra comunidad, su escudo y nuestra Madre, María de la Amargura.

Su más profundo significado lo adquiere y se pone de manifiesto en el propio acto de su imposición. Un momento que supone, nada menos, pasar a formar parte de la Cofradía, cuando asumimos conscientemente la naturaleza y los fines de la asociación a la que nos adherimos y de los compromisos de vida que adquirimos.


Referencias bibliográficas:

- Alfonso García de Paso Remón y Wifredo Rincón García: “La Semana Santa en Zaragoza”. Unión Aragonesa del Libro, 1981.

- Jorge Gracia Pastor: “Capirotes y Terceroles, o de cómo cubrirse el rostro”. Revista Redobles nº 3. Asociación Cultural Redobles, 1999.

- Jesús Luengo Mena: “Liturgia, Culto y Cofradías”. Abec Editores, S.L, 2013.

- José Mª Rodríguez R.: “La capa y su incorporación al atuendo cofrade en la Semana Santa de Sevilla”.

- Carlos Pardos Solanas: “El Color de la Semana Santa de Zaragoza”. Revista “Semana Santa en Zaragoza” nº 5. Junta Coordinadora de Cofradías de la Semana Santa de Zaragoza, 2005.

- David Beneded Blázquez: “Hábito penitencial y medalla”. En la página web de nuestra Cofradía Jesús de la Humillación.


 

EXPOSICIÓN DE LA UNIDAD 4
  • Capítulo 1
    Una sociedad llena de signos y símbolos para comunicarnos
  • Capítulo 2
    Símbolos que nos remiten a Dios y nos identifican como cristianos
  • Capítulo 3
    Los símbolos cofrades, una memoria viva y espiritual
  • Capítulo 4
    Nuestros símbolos, manifestación de identidad y coherencia de vida
  • Capítulo 5
    Los atributos, símbolos al servicio de la evangelización
ACTIVIDADES DE LA UNIDAD 4