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Hoy 25 de diciembre celebramos ...

"La palabra del Señor permanece para siempre. Y esa palabra es el Evangelio que os anunciamos" (1 P 1,25: cf. Is 40,8). Esta frase de la Primera carta de san Pedro, que retoma las palabras del profeta Isaías y con las que comienza Benedicto XVI la exhortación apostólica "Verbum Domini", nos pone frente al misterio de Dios que se comunica a sí mismo mediante el don de su palabra. Esta palabra, que permanece para siempre, ha entrado en el tiempo. Es la buena noticia. Éste es el anuncio que, a través de los siglos, llega hasta nosotros.

HOY 25 DE DICIEMBRE ... CELEBRAMOS LA SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR

Pasados innumerables siglos desde de la creación del mundo, cuando en el principio Dios creó el cielo y la tierra y formó al hombre a su imagen; después también de muchos siglos, desde que el Altísimo pusiera su arco en las nubes tras el diluvio como signo de alianza y de paz; veintiún siglos después de la emigración de Abrahán, nuestro padre en la fe, de Ur de Caldea; trece siglos después de la salida del pueblo de Israel de Egipto bajo la guía de Moisés; cerca de mil años después de que David fuera ungido como rey; en la semana sesenta y cinco según la profecía de Daniel; en la Olimpíada ciento noventa y cuatro, el año setecientos cincuenta y dos de la fundación de la Urbe, el año cuarenta y dos del imperio de César Octavio Augusto; estando todo el orbe en paz, Jesucristo, Dios eterno e Hijo del eterno Padre, queriendo consagrar el mundo con su piadosísima venida, concebido del Espíritu Santo, nueve meses después de su concepción, nace en Belén de Judea, hecho hombre, de María Virgen: la Natividad de nuestro Señor Jesucristo según la carne. (Martirologio Romano).
 
El rostro humano de Dios. Las lecturas profundizan en el misterio que celebramos hoy. Isaías anuncia a la ciudad en ruinas la presencia del rey victorioso y de todos los confines de la tierra verán la victoria de nuestro Dios (1 Lect.). El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Quien recibir a Jesús, recibe al que es la Palabra y la Luz (Ev.). Dios habló antiguamente por los profetas y hoy lo hace por su propio Hijo (2 Lect.).

Primera Lectura: Lectura del libro de Isaías 52, 7-10
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¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: «Tu Dios es rey»!
Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión.
Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén; el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios.

Salmo responsorial Sal 97, 1. 2-3ab. 3cd-4. 5-6 (R.: 3c).
Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.

Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas: su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo.
R/. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.

El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia: se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel.
R/. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.

Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;gritad, vitoread, tocad.
R/. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.

Tañed la cítara para el Señor, suenen los instrumentos: con clarines y al son de trompetas, aclamad al Rey y Señor.
R/. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.
 
Segunda Lectura: Lectura de la carta a los Hebreos 1, 1-6.
 
En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas.
Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizado las edades del mundo.
Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de su majestad en las alturas;tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado.
Pues, ¿a qué ángel dijo jamas: «Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado», o: «Yo seré para él un padre, y el será para mí un hijo»?
Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: «Adórenlo todos los ángeles de Dios.».
 
Evangelio: Lectura del santo evangelio según san Juan 1, 1-18
 
Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron. Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. El no era luz, sino el testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él, al declarar: «Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo». De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre.

Meditación del Evangelio del Papa Francisco
 
"En el principio existía el Verbo y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios" (Jn 1, 1); he aquí la novedad inaudita y humanamente inconcebible: "El Verbo se hizo carne y puso su morada entre nosotros" (Jn 1, 14 a). No es una figura retórica, sino una experiencia vivida. La refiere san Juan, testigo ocular: "Hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1, 14 b). No es la palabra erudita de un rabino o de un doctor de la ley, sino el testimonio apasionado de un humilde pescador que, atraído en su juventud por Jesús de Nazaret, en los tres años de vida común con él y con los demás Apóstoles, experimentó su amor -hasta el punto de definirse a sí mismo "el discípulo al que Jesús amaba"-, lo vio morir en la cruz y aparecerse resucitado, y junto con los demás recibió su Espíritu. De toda esta experiencia, meditada en su corazón, san Juan sacó una certeza íntima: Jesús es la Sabiduría de Dios encarnada, es su Palabra eterna, que se hizo hombre mortal.

Cada hombre y cada mujer, necesita encontrar un sentido profundo para su propia existencia. Y para esto no bastan los libros, ni siquiera las Sagradas Escrituras. El Niño de Belén nos revela y nos comunica el verdadero "rostro" de Dios, bueno y fiel, que nos ama y no nos abandona ni siquiera en la muerte. "A Dios nadie lo ha visto jamás -concluye el Prólogo de san Juan-: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado" (Jn 1, 18). (Benedicto XVI, Ángelus, domingo 4 de enero de 2009).
 

Licencia Creative Commons El texto "Hoy 25 de diciembre celebramos..." creado para www.jesusdelahumillacion.org, está basado en textos del "Calendario Litúrgico-Pastoral" editado por la Comisión Episcopal de Liturgia de la Conferencia Episcopal Española.

Imagen principal: Nacimiento del Belén que monta el Cabildo Metropolitano de Zaragoza en el interior de la Basílica de Nuestra Señora del Pilar (fotografía de David Beneded).