EXPOSICIÓN DE LA UNIDAD 3: CAPÍTULO 5

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Las procesiones que celebramos en nuestra ciudad desde el Sábado de Pasión hasta el Domingo de Pascua cuentan con una dilatada historia que hunde sus raíces en la Edad Media, poseyendo un indudable valor histórico, cultural y artístico, y contando con unas peculiaridades y características que la diferencian de las de otras localidades. Por ello, Zaragoza se convierte en esos días en un importante foco de visitantes estando reconocida nuestra Semana Santa como “Fiesta de Interés Turístico Internacional”.

Pero aun siendo todo ello muy relevante, aun teniendo (¡por fin!) el reconocimiento de las instituciones, ¿nuestras procesiones son solamente eso? Desde luego que los cofrades, aun viviendo las procesiones de un modo especial y dándole un sentido muy personal, debemos superar cualquier reduccionismo a lo meramente folclórico, festivo, costumbrista y subvencionable para, como decía san Juan Pablo II, no traicionar la verdadera esencia.

Por eso, puede venirnos bien que cuando cada uno de nosotros nos estemos ajustando el capirote, el tercerol, el bonete o la mantilla y nos encontremos a escasos minutos de cruzar el umbral de la puerta de nuestra sede canónica, tengamos presentes cuáles son los motivos y la misión que tenemos encomendada y cuál es el compromiso al que nos adherimos por el hecho de salir en procesión:

1º) Expresamos nuestro amor a Dios, por devoción personal, como un piropo, nacido del corazón, hacia el Dios que nos ama. Por eso, en nuestras procesiones oramos porque no podemos amar a Dios sino nos encontramos con Él siendo la oración, precisamente, diálogo y encuentro interpersonal con Dios. Las predicaciones, estaciones y actos que realizamos en las calles no son parones para descansar, no son “tiempos muertos” para organizar mejor la procesión o para cumplir con la “Comisión de Recorridos” por mantener el horario previsto. Son momentos especialmente dedicados en un clima propicio para orar, para encontrarnos con Dios y expresarle nuestro amor.

2º) Acompañamos a nuestras imágenes titulares, padecemos con Cristo su Pasión, nos unimos a María en su dolor… Vamos junto a ellos y tras ellos, siguiendo sus huellas. Y, contemplando las escenas representadas en nuestros pasos, aquello que sucedió en Jerusalén en tiempo de Caifás, Herodes y Pilato en la persona de Jesús, tomamos conciencia de que se han roto de manera definitiva y para siempre el dominio del mal sobre los hombres.

3º) Cumplimos la tarea misionera de la Iglesia, que desde los comienzos, según el mandato del Señor (cf. Mt 28,19-20), está en marcha para anunciar por las calles del mundo el Evangelio de la salvación. No salimos a la calle para lucirnos ni para montar un bello espectáculo, sino que lo hacemos para anunciar la Buena Noticia y que ésta pueda ser acogida con los cincos sentidos.

4º) Junto a otros hermanos, hacemos el camino de la vida, recorremos el itinerario marcado como el camino de la comunidad que vive en el mundo y que se dirige hacia la comunidad que habita en el Cielo. Y aunque lo hagamos cada uno desde un puesto o con una función específica, a quién está a mi lado en la fila lo vemos y tratamos como un verdadero hermano al que hay que animar, ayudar, abrazar.

5º) Caminamos hacia un destino, la casa del Padre. Venimos del amor de Dios y vamos hacia el amor de Dios. Expresamos nuestra condición de caminantes y representamos a la Iglesia peregrina, el pueblo de Dios que, con Cristo y detrás de Cristo y siendo consciente de no tener en este mundo una morada permanente (cf. Heb 13,14), marcha por los caminos de la ciudad terrena hacia la Jerusalén celestial.

6º) Decimos lo que somos, ante la sociedad que nos ve. Damos testimonio público de nuestro seguimiento a Jesús, creando espacios de manifestación de la fe en nuestras calles y plazas. Y lo hacemos de un modo particular, continuando y transmitiendo de generación en generación una tradición que contiene sus propias connotaciones culturales capaces de despertar el sentimiento religioso de todo un pueblo.

7º) Convertimos la procesión en celebración cultual, tratando de transformar a quienes nos ven desde las aceras para que dejen de ser meros espectadores para ser auténtica asamblea de fieles, haciéndolos copartícipes de un culto paralitúrgico de una Iglesia que sale y está en la calle con la gente, orientándolos a que traduzcan a sus propias vidas el misterio pascual, y preparándolos para la verdadera liturgia que es la que se vive y celebra en la Eucaristía.

Por todo ello, la procesión es un auténtico símbolo de lo que es nuestra vida.

Pero la procesión no termina cuando se cierran las puertas del templo. Los cofrades vivimos durante todo el año de aquello que hemos sentido y expresado en la procesión. La vida cofrade consiste en manifestar durante todo el año que somos miembros de un Pueblo que camina, siguiendo los pasos de Jesucristo.


Referencias bibliográficas:

- Pedro Escartín Celaya: “La catequesis en las procesiones. De la imagen a la palabra”. XXIII Encuentro Nacional de Cofradías. Barbastro, 2010.

- Juan Pablo II: “Discurso al final de la Celebración Mariana en el Santuario de Nuestra Señora del Rocío en Ayamonte (Huelva). 14 de junio de 1993.

- José Joaquín Gómez González: “La Estación de Penitencia de nuestras Cofradías antes, durante y después”. Boletín de las Cofradías de Sevilla nº 494, abril 2000, pp. 50-53.


 

EXPOSICIÓN DE LA UNIDAD 3
  • Capítulo 1
    La palabra procesión: ponerse en camino para manifestar nuestra fe
  • Capítulo 2
    Las procesiones, expresión cultual en la liturgia de la Iglesia
  • Capítulo 3
    Las procesiones de Semana Santa, expresión de la religiosidad popular
  • Capítulo 4
    Las procesiones, corazón de la vida de la Cofradía
  • Capítulo 5
    La procesión, símbolo de nuestra vida
ACTIVIDADES DE LA UNIDAD 3