EXPOSICIÓN DE LA UNIDAD 3: CAPÍTULO 3

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La conmemoración de la Pasión. Muerte y Resurrección de Jesús nos sitúa en el misterio nuclear de nuestra fe y, por ello, desde los primeros tiempos del cristianismo ha contado con especiales celebraciones tanto litúrgicas, en un principio, como, posteriormente, piadosas, que han sido especialmente queridas y sentidas por el pueblo.

En este capítulo vamos a conocer las primeras fuentes que hablan de procesiones cristianas del pueblo, así como el motivo y significado que las promovían.

Seguramente, las procesiones cristianas han existido desde pocos años después de la Pasión de Cristo, pero para conocer el primer testimonio hay que remontarse a los años 381-384. Es entonces cuando Egeria, una noble monja de origen hispánico, describía los actos litúrgicos a los que ella misma había asistido en Jerusalén. Relata la procesión de las Palmas del Domingo de Ramos: “Hacía las cinco de la tarde, la comitiva partía del Monte de los Olivos para, muy lentamente, descender al valle de Josafat, entrar a la ciudad santa y llegar con la caída del sol a la Anástasis, la gran rotonda construida para monumentalizar el Sepulcro de Cristo”. Cuando la peregrina explica cómo los fieles participaban en la procesión, añade que el obispo de Jerusalén era llevado del mismo modo que Jesús aquel día, de donde se deduce que hacía el trayecto montado sobre una burra.

Ceremonias similares fueron llegando a la Iglesia de Occidente y a la liturgia romana, surgiendo la idea de las “estaciones cuaresmales”, reuniones cristianas en las que se caminaba entre cantos y oraciones siempre precedidos de una cruz. En estas “estaciones de semiayuno” el cristiano hacía “guardia espiritual”, como camino penitencial de la Cuaresma hacia la Pascua.

Evolución de las procesiones

Desde finales del siglo X se tiene constancia de la utilización de imágenes escultóricas para conmemorar la procesión de las palmas, «a la búsqueda de una mayor tangibilidad de la presencia de Jesús», como señala Fernando Galtier en uno de sus numerosos trabajos que arrojan luz sobre el origen de las procesiones cristianas. Y, como señalamos en la unidad anterior, a finales del siglo XI aparece el que se considera el primer modelo de paso procesional, el Palmesel, que en alemán se traduce literalmente como “el asno de la palma” y que es precisamente eso, una escultura de madera sobre la que se situaba una imagen de Jesús quedando ambas sujetas en una plataforma con ruedas que se llevaba por las calles.

Como se decía también en la introducción de la primera unidad, bajo el impulso de franciscanos y dominicos nacerían en el siglo XV las procesiones de penitencia de sangre que, generalmente se celebraban en la noche del Jueves Santo en torno a una representación del Crucificado y en la que participaban disciplinantes o flagelantes.

En nuestra propia ciudad, en 1529 durante la visita de Carlos V ya consta una procesión de disciplina que llegaba al Monasterio de Santa Engracia, encontrándose similar presencia en la procesión organizada desde 1554 por la Hermandad de la Sangre de Cristo en la noche del Jueves Santo y que partía desde el Convento de San Agustín encabezada por un crucifijo. También, fray Diego Murillo referencia que la Cofradía de la Vera Cruz organizaba procesión de disciplina (el Jueves Santo); y de forma similar hacía el Viernes Santo la Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad del Convento de los Mínimos (actual “Museo del Fuego”) en la que se contaba también con “hermanos de luz”.

A partir de la Contrarreforma y siguiendo las directrices emanadas por el Concilio de Trento, pasan a un primer plano de la procesión las imágenes de piedad y los pasos de misterio que se exponen públicamente para conmover al pueblo que las ve. Es así como se convierte la calle en templo abierto donde se procesiona en honor a Cristo muerto por nosotros y de la Santísima Virgen, como la primera doliente

En pleno apogeo del barroco, surge como idea predominante el “gran entierro”, donde procedía la pompa típica de los cortejos fúnebres reales de la época y en el que se incorporan un sinfín de insignias, escudos, armas y otros elementos y personajes simbólicos que dejaban patente la majestad del difunto: el “Rey de Reyes”. Y, poco tiempo después, las procesiones ya instituidas como fin primordial de las cofradías, comenzaría a ordenarse en un completo cortejo quedando prácticamente invariable desde entonces, y que alcanzaría su cenit con la creación del concepto de “estación de penitencia”, con la que que inicialmente se recorrían varias iglesias siguiendo la costumbre de “visitar monumentos”, y que posteriormente sería regulado con visita a la catedral obligatoria establecida en el sínodo diocesano de 1604 presidido por el Cardenal-Arzobispo Fernando Niño de Guevara. Un modelo que sería sucesivamente repetido e imitado hasta nuestros días por toda la geografía española.

Así a grandes rasgos y sin la profundidad que seguramente requeriría, hemos podido ver como desde la antigüedad hasta nuestros tiempos, se han ido desarrollando y transmitiendo estas manifestaciones públicas de fe, que hoy en nuestros días constituyen verdaderas enseñanzas para el público que las contempla.


Referencias bibliográficas:

- Agustín Arce: “Itinerario de la virgen Egeria (381-384)”. Editorial: B. A. C. Madrid, 1996.

- Fernando Galtier Martí: “Los Orígenes de la paraliturgia procesional de la Semana Santa en Occidente”. En “Aragón en la Edad Media”, núm. XX. Pág. 349-360.

- José Sánchez Herrero: “Las cofradías de Semana Santa de Sevilla durante la modernidad: siglos XV a XVII”. En Las cofradías de Sevilla en la modernidad / coord. por Rafael Sánchez Mantero, 1999, ISBN 84-472-0509-6, págs. 27-98.

- Antonio Olmo Gracia: “La Semana Santa en Zaragoza entre 1596 y 1628 a través de unas licencias de salida procesional inéditas”. Redobles nº16. Asociación Cultural Redobles, 2014.


 

EXPOSICIÓN DE LA UNIDAD 3
  • Capítulo 1
    La palabra procesión: ponerse en camino para manifestar nuestra fe
  • Capítulo 2
    Las procesiones, expresión cultual en la liturgia de la Iglesia
  • Capítulo 3
    Las procesiones de Semana Santa, expresión de la religiosidad popular
  • Capítulo 4
    Las procesiones, corazón de la vida de la Cofradía
  • Capítulo 5
    La procesión, símbolo de nuestra vida
ACTIVIDADES DE LA UNIDAD 3